viernes, 9 de marzo de 2012

El libro ha muerto, larga vida al libro.

Hace tiempo que gurús y futuristas de la comunicación pronosticaron la muerte del libro. Pensar en la muerte del libro como soporte es reducir el libro a su función utilitaria y no prestar atención a otras dimensiones. Vivimos en una sociedad de consumo simbólico, esto es, una sociedad donde los productos sirven para indicar posición social y expresar la identidad individual de cada uno; o para despertar la curiosidad, el deseo de novedades, emoción y estados afectivos. Así, la función utilitaria del libro es una más de muchas y no lo suficientemente importante como para precipitar su desaparición. Los libros están cargados de tanta significación cultural y social que un cambio tecnológico no es suficiente para barrerlos de un plumazo. Los libros y lo que hace la gente con ellos es interesante. Toda casa de intelectual que se precie está llena de libros, si todos esos libros estuvieran en un i-pad alamacenados, el intelectual tendría que abordar otras estrategias para comunicar que ha amueblado bien su cabeza.  Por otro lado hay quien siempre sale a pasear con un libro y hay a quienes les gusta mirar el título del libro que leen los demás. Hay personas que se relacionan intercambiando libros y otras que van a pasar la tarde a las librerías. También hay gente que coloca en las estanterías los libros por colores, otros que los apilan en columnas en el suelo y artistas que hacen arte utilizando libros como soporte o materia prima. Y muchos editores buscan maneras de añadir valor estético a los libros para convertirlos así en joyas del diseño. Aquí van un par de ejemplos.


Penguin Threads Set II by Rachel Sumpter